El primer fragmento de aquella carta comenzaba
así:
Ojalá pudieras tocar mi rostro ahora. Aunque es verdad que en todo
este tiempo nunca lo habrías sentido igual. ¿Verdad que los días en que dijimos
que nuestros rostros serían suaves para siempre, se han ido, quizá igual que
nuestras palabras de entonces? Y luego los dos callamos, como obviando que algo
bueno saldría de nuestro silencio. Pero bueno, quizá al final, lo mejor era
callarlo todo. No volver a hablar de esto jamás.
La pelea iba en el octavo round – Mi padre la
estaba viendo desde el único sillón que tenía por sala y con una cerveza en la
mano – Recuerdo que siempre había sido aficionado a ver el box, o quizá solo
fuera que no encontraba mejor manera de pasar las noches de los domingos –
Aunque mis padres se separaron cuando yo era un niño, siempre mantuve una buena
relación con ambos – Ahora mi padre vivía solo, en una pensión ubicada frente a
una oficina de Telecable – Yo estaba por cumplir los 29 – Eventualmente
visitaba a mi padre en su cuarto de pensión, dos o tres veces por semana. Y en
ocasiones me quedaba a dormir ahí – Yo le llevaba algo de despensa o le ayudaba
con algún inconveniente doméstico – Aunque, pasa ese tipo de cosas, me decía
que él sabía arreglárselas siempre solo – Por entonces él trabajaba como
velador en una preparatoria – Los sábados eran sus días libres – En ese momento
eran las diez y media de la noche cuando me llegó un mensaje de Lamat Alondra
en el celular:
–Hey,
no me has respondido lo que te pregunté el otro día.
La carta continuaba diciendo:
¿Recuerdas cuando estuvimos saliendo por una semana o dos y luego
me diste un beso afuera de tu trabajo en esa vez que te visité por tu
cumpleaños? Y en ese instante te pregunté por qué lo hacías, por qué me
besabas, quería saber tus razones. Y tú solo me dijiste que me parecería
ridícula tu respuesta, pero que era porque viste un poema como una estrella
danzando en lo profundo de mi mirada. Por su puesto, al instante supe que esto
no iba a ser duradero. Pero no quise romper el encanto de ese bonito momento.
Dime ¿Todavía sueñas con ese poema danzando en lo profundo de mi mirada?
Sin darme mucha cuenta, la pelea pasaba entre
comentarios de los conductores y mensajes
comerciales – Mientras que, al mismo tiempo, las palabras del mensaje de Lamat,
aparecían lentamente por mi pensamiento (o más bien se iban filtrando
gradualmente) y sostenía todavía el teléfono móvil en una mano – Recordé que
había conocido a Lamat hace unas pocas semanas atrás y ya nos comunicábamos
casi a diario por mensajes – También recordaba haberle comentado, al principio
de conocernos, que me parecía una chica fuera de lo convencional y que no
conocía a nadie que leyera tan vorazmente como ella – Las conversaciones con
ella que teníamos también eran sustanciosas de manera que podíamos charlar
mucho tiempo sobre un tema tanto creativo o literario o de un humor puramente
de anecdotario – En esto mi padre pronunció algo como: “¡Ya se lo chingó!”, y me hizo volver por completo la atención a la
pelea de box.
El siguiente fragmento en la carta era:
Recuerdo que al otro día salimos a comer a una plaza comercial. Y
mientras estábamos sentados en una mesa, comenzaste a recitar un poema en el
que decía que no debíamos sentir pena por lo efímero de la belleza: “Que al
final de lo único que podría uno sentir pena era que el corazón aprendiera
despacio a lo que la ágil mente contempla al momento” o algo así. Y me pareció tan conmovedora toda esa escena;
aunque seguía pensando en que todo lo que podría darse entre nosotros sería
algo fugaz, pero tampoco quise mencionártelo ahí. Decidí esperar a ver a dónde
se dirigía toda esta situación. Todo este desarrollo de nuestros encuentros.
Anticipaba siempre el fin, pero me daba curiosidad qué más podría darse.
De pronto uno de los boxeadores estaba en la
lona y comienzan con la cuenta regresiva – Los conductores del televisor
sonaban coléricos o emocionados, o quizá ambas cosas, y con el grito de uno de
ellos se daba por finalizada esa pelea –
Estaba programada como una de las peleas estelares de esa noche y esta, en
palabras de mi padre, había valido la pena aun cuando faltaban otras tres
peleas más – Mi padre enseguida se levantó del sillón y se dirigió al
refrigerador para sacar otra cerveza – Me ofreció una y se la acepté – Mientras
los comentaristas del televisor seguían detallando
los últimos instantes de la pelea, mi padre desde su sillón dijo: “Creo que
después de todo, uno no ve venir el desmadre – Es cierto – Ni se ve, ni se oye, ni se
huele venir – Así como quizá yo nunca fui un buen poeta, ni narrador, ni nada
que hubiera convencido a tu madre de que lo era – Bien tenía razón ella en que
lo único que pensaba cuando escribía era en tratar de soportar la vida conmigo
mismo – Y que puede que funcionara por un momento, al menos cuando lograba que
hiciera sentir que estaba creando de verdad una obra – Pero en realidad, en la
realidad más profunda e irrefutable, yo nunca fui ni poeta, ni narrador, ni
nada; por más que así lo haya querido – Tu madre era así, bonita y perspicaz – Ella se dio cuenta de eso antes que todos –
Y me lo dijo una vez en una carta que aún conservo, quizá te interesaría leerla”.
La carta continuaba:
Bueno, aunque hace mucho que no lo hacía, me tomé la libertad de
escribirte esta carta. Ya sabes que yo no soy alguien directa y hablar de
algunas cosas personalmente me cuesta trabajo. No soy como tú, que todo lo que
vives lo demuestras con tus palabras, con una poesía o una cita literaria.
Tengo que confesarte que yo llegué algo tarde a la literatura y quizá por eso
había ciertas cosas que no entendía y no entiendo de aquel entonces. Pero es como
todo, creo que uno no ve venir el desmadre. Y no te culpo de lo que llegues a
pensar de mí ahora. No sé si algún día vayas a escribir todo lo que me cuentas
o a contar todo lo que te digo.
Entonces mi padre se levanta nuevamente de su
sillón y se dirige a la habitación – En mi teléfono móvil oprimo la opción de
responder el mensaje y pienso en cómo contestarle a Lamat Alondra – Retomo la
última conversación que tuvimos y me viene a la mente aquella tarde de lluvia
mientras caminábamos hacía una parada de autobús – Esa vez íbamos sin decirnos
mucho, o quizá sintiendo que la lluvia nos decía ya muchas cosas – En esto
estaba, cuando me llega otro mensaje de Lamat Alondra con la pregunta que debí
haberle respondido desde ese día: “Sí fueras uno, ¿qué libro te gustaría ser?”
– En esto mi padre regresa con la carta en su mano.
Espero que con este mensaje quede todo dicho. Aun no sé si tendré
el hijo que estoy esperando. Aún tengo tiempo de tomar la decisión de no
tenerlo. Aunque si lo tuviera, y algún
día platicaras con él respecto a todo esto, seguro que tomarás la decisión de
decírselo en un momento pertinente. O de la manera más literaria que
encuentres; eso ya corre por tu cuenta. Hasta siempre, “Poeta”. Con una
despedida desde el fondo de la mirada.
La carta estaba escrita a puño y letra
y firmada con el nombre de mi madre – Después de leerla se la regresé a mi
padre y le pregunté si había sabido algo más de ella desde que se había ido a
Querétaro – Me dijo que de vez en cuando se comunicaban por teléfono, pero que
la última vez que se vieron fue en el aeropuerto de la ciudad dónde se
despidieron y que fue cuando le entregó también la carta – Enseguida mi padre
hizo una expresión impelida al recuerdo, que la luz del televisor y la
obscuridad de la noche parecía traer directamente a su rostro – Así que opté por
preguntarle: “Sí tu tuvieras oportunidad de ser uno, ¿qué libro te gustaría
ser?” – Él caviló un momento y enseguida me dijo: “Me gustaría ser uno de esos libros
que se ven extraños entre el montón de libros pero que siempre, cuando llegas a
tomarlo, te surge como una sensación de vacío. Pero uno vacío generador igual
al que se lleva dentro de cada uno; así que, instintivamente, el libro se
llevara al lector sembrando semillas de conocimiento y creación hasta el final.
Un final en el que se conjugue la gloria y la fe del cuerpo del hombre con la
bondad profunda del alma. Ese libro me gustaría ser.” – Después de eso pasamos el resto de la noche
viendo las otras peleas de box, que ya no tuvieron la misma emoción que tuvo la
primera – Antes de irse a dormir, mi padre me dijo que quedaban algunas
cervezas todavía, por si se me antojaba otra durante la noche – Lo veo
dirigiéndose a su habitación tambaleando un poco de ebriedad y con la carta
empuñada en su mano izquierda – Como si se tratara de un boxeador que empuña sus
guantes y se dirige hasta al fondo de los vestidores después de una pelea
perdida solo por puntos – Solo había una palabra que no todos los boxeadores mencionan después
de bajarse del ring y esa palabra era “Poeta”
y que quizá fue la que le pegaría más fuerte a mi padre de alguna u otra forma
que ni yo ni nadie podría entender – Cuando me quedé a solas apagué el
televisor recogí las botellas vacías de cerveza – Antes de dormirme, le escribí
a Lamat Alondra mi respuesta con un mensaje por el teléfono móvil – Para cuando
se lo envié ya eran casi las dos de la mañana.
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