De
esa puerta llamada instante
parte hacia atrás un camino sin fin,
y detrás de nosotros hay una eternidad.
Friedrich Nietzsche
parte hacia atrás un camino sin fin,
y detrás de nosotros hay una eternidad.
Friedrich Nietzsche
Disoluta… así como una esencia a mitad del camino de mis
amores desenvueltos. Y ahora, toda ella, entregándose plenamente hasta un
espectáculo vodevil que siempre termina con una sonrisa enmarcada en la
belleza; una belleza que es abrasiva, una belleza de los bajos fondos; pero con
mil flores que en el camino se han ido
desfragmentando como piezas de tus sentidos. Y con dos miradas que se
encuentran en el vacío sobre el que flota el universo. Así
como una esencia a mitad del camino de mis amores desenvueltos y que componen una noche para
ser… ¿feliz?, dentro de un viejo juego llamado vivir.
Vivir… ¿acaso no tiene que haber recorrido alguna vez ese
camino todo lo que puede recorrer?, le pregunto a mi acompañante, como se
preguntaba solitario el Zaratustra en la montaña. Y ella responde: Si, pero el tiempo, en su retorno, te
recorre sin mirar atrás y con espacios blancos de silencio. Ese camino todo
lo que puede recorrer, incluso hasta los sueños.
Sueños… dentro de los tiempos que te anuncian las molestias
de fabricar esa noche dónde los instintos pueden disfrutar hasta susurrarnos:
¡Quiero más! Escondidos hasta dónde el cielo guarda sueños clandestinos… dónde
está sonriente la luna mientras observa los planetas de manera
rotativa; dónde el abismo, sobre el que flota el universo, sonríe por el espectáculo debe continuar dentro de los
tiempos que no han cambiado, pero se alejan hasta perderse.
Perderse… con ella era más fácil perderse en lo obscuro de
sus ojos de nuevo que en aquella noche refinadamente obscura, le vuelvo a
mencionar sobre un viejo juego llamado vivir y en su rostro se dibuja un nuevo
retorno. Llega hasta nosotros ese instante que guarda las cosas
que parecían los mejores momentos. Y nos enseña que cada uno es criatura del
presente y que quizá el error es intentar olvidar a quien, por un solo
instante, fue feliz destilando melancolía. Era más fácil perderse en lo
obscuro de sus ojos de nuevo que en aquella noche refinadamente obscura, y sus
palabras fueron: Todos aman lo que han
perdido, sin dejar de amar también lo que ahora tienen. Lo mejor es amar a tu
ritmo.
Ritmo... Yo perdí mi voz entre las malas hierbas
al buscarle el ritmo a la canción que siempre te encuentras en los campos fértiles.
Y bailo mientras tarareo al aire como si nadie me viese. En la pista de los
hombres locos que amenazan con terminar “bien puercos” esta noche. Los mismos niños
que crecieron sin temor a perder la razón. Morir no es más que la certeza de un
viejo juego llamado vivir de manera disoluta.
Disoluta… así como mi esencia a mitad del camino de mis
amores descompuestos. Y ahora, toda ella, entregándose plenamente hasta un
espectáculo vodevil que siempre termina con una sonrisa enmarcada en la belleza. Ella coloca
flores en su mirada para personificar los sentidos nocturnos. 270 días
sobreviviendo a las soledades compartidas. Aun estando rotos y
descompuestos. Cuando la vida que pierde cobertura y el corazón se va quedando sin
batería: ¡Busca entonces en los bordes cargados
de electricidad de la ciudad, que no cierran nunca sus servicios!
Una noche
para ser… ¿feliz? No pido más de ti.
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