(Esta historia que se publicó en la revista electrónica Piensa Libre de Puerto Vallarta. Aquí el link: https://www.facebook.com/PiensaLibreCuCosta)
Le decíamos el Chico flor…
Tenía nombre, pero yo nunca conocí a nadie que
lo llamara por su nombre. En realidad eso no era lo más extraño. Lo extraño era
su cabeza. Durante su infancia, del cuello para abajo tenía todo el aspecto de
cualquiera de nosotros, pero en lugar de una cabeza tenía un botón de flor. Y
solo hasta llegar a la adolescencia, ese botón comenzó a abrir hasta
convertirse en una radiante y aromática flor con pétalos en lugar de cabellos.
Al principio este hecho no le incomodaba para nada y entre nosotros, no pasaba
de ser un extraño, pero cercano compañero de clases. Ya nunca lo molestábamos,
y cuando alguien trataba de sobrepasarse por su aspecto, el chico flor sabía
defenderse solo. Pasó, como muchos, una etapa de malas bromas en la escuela; ya
que era inevitable con tan semejante singularidad. Pero nada que no superara
demostrando una elaborada suspicacia ante la situación.
Pero, lo que realmente le afectó en cierto
momento, fue tratar de establecer una relación formal con una chica. Era obvio
que acaparaba las miradas de muchas de ellas, pero no como el chico flor quisiera.
Algunas chicas se sentían atraídas por el aroma que de entre sus pétalos
emanaba y su belleza intrínseca. A otras les gustaba que fuera amable y muy
limpio (esto último, me contó una vez, como resultado de conservar lo más
fresco posible su cabeza para que no se fuera a deteriorar). Pero ninguna chica
se había atrevido a ser su pareja por considerarle más un fenómeno que un buen
partido.
En cierta ocasión, el chico flor le preguntó a
la chica que le interesaba, cuál era su mayor problema al salir con él. A lo
que la chica le respondió:
–
No es que veamos
algo malo en ti, chico flor; pero en realidad ninguna mujer quiere tener algo
que ver con alguien que, a final de cuentas, es mitad hombre y mitad vegetal.
–
Pero a las mujeres les gustan las flores, ¿no es verdad? –
dijo el chico flor.
–
Sí, pero las flores que nos regalan los hombres se
marchitan a los tres días. Se acaban. Y entonces nos tienen que regalar más
para que el amor que sentimos por ellos no se marchite, igual que esas flores.
Entonces el chico flor se quedó callado un
momento pensando en lo que le había dicho. A los días, en la puerta de la casa
de la chica, amaneció un bulto de diez cadáveres envueltos hasta la cabeza y
amarrados a manera de un ramo entre los cuales se encontraba una nota que
decía:
“Querida,
te regalo este ramo de hombres, que yo mismo he preparado, para que seas feliz
con ellos hasta que se pudran”.
Luego de eso, ya nadie supo nada del Chico
flor. Y en la escuela, todo el hecho se comentó por algún tiempo de forma
recurrente hasta quedar sepultada en el boca a boca y pasar al repertorio de
leyendas de la institución.
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