lunes, 25 de abril de 2016

Postal con box




El primer fragmento de aquella carta comenzaba así:

Ojalá pudieras tocar mi rostro ahora. Aunque es verdad que en todo este tiempo nunca lo habrías sentido igual. ¿Verdad que los días en que dijimos que nuestros rostros serían suaves para siempre, se han ido, quizá igual que nuestras palabras de entonces? Y luego los dos callamos, como obviando que algo bueno saldría de nuestro silencio. Pero bueno, quizá al final, lo mejor era callarlo todo. No volver a hablar de esto jamás.

La pelea iba en el octavo round – Mi padre la estaba viendo desde el único sillón que tenía por sala y con una cerveza en la mano – Recuerdo que siempre había sido aficionado a ver el box, o quizá solo fuera que no encontraba mejor manera de pasar las noches de los domingos – Aunque mis padres se separaron cuando yo era un niño, siempre mantuve una buena relación con ambos – Ahora mi padre vivía solo, en una pensión ubicada frente a una oficina de Telecable – Yo estaba por cumplir los 29 – Eventualmente visitaba a mi padre en su cuarto de pensión, dos o tres veces por semana. Y en ocasiones me quedaba a dormir ahí – Yo le llevaba algo de despensa o le ayudaba con algún inconveniente doméstico – Aunque, pasa ese tipo de cosas, me decía que él sabía arreglárselas siempre solo – Por entonces él trabajaba como velador en una preparatoria – Los sábados eran sus días libres – En ese momento eran las diez y media de la noche cuando me llegó un mensaje de Lamat Alondra en el celular:
Hey, no me has respondido lo que te pregunté el otro día.

La carta continuaba diciendo:

¿Recuerdas cuando estuvimos saliendo por una semana o dos y luego me diste un beso afuera de tu trabajo en esa vez que te visité por tu cumpleaños? Y en ese instante te pregunté por qué lo hacías, por qué me besabas, quería saber tus razones. Y tú solo me dijiste que me parecería ridícula tu respuesta, pero que era porque viste un poema como una estrella danzando en lo profundo de mi mirada. Por su puesto, al instante supe que esto no iba a ser duradero. Pero no quise romper el encanto de ese bonito momento. Dime ¿Todavía sueñas con ese poema danzando en lo profundo de mi mirada?

Sin darme mucha cuenta, la pelea pasaba entre comentarios de los conductores y  mensajes comerciales – Mientras que, al mismo tiempo, las palabras del mensaje de Lamat, aparecían lentamente por mi pensamiento (o más bien se iban filtrando gradualmente) y sostenía todavía el teléfono móvil en una mano – Recordé que había conocido a Lamat hace unas pocas semanas atrás y ya nos comunicábamos casi a diario por mensajes – También recordaba haberle comentado, al principio de conocernos, que me parecía una chica fuera de lo convencional y que no conocía a nadie que leyera tan vorazmente como ella – Las conversaciones con ella que teníamos también eran sustanciosas de manera que podíamos charlar mucho tiempo sobre un tema tanto creativo o literario o de un humor puramente de anecdotario – En esto mi padre pronunció algo como: “¡Ya se lo chingó!”, y me hizo volver por completo la atención a la pelea de box.   
El siguiente fragmento en la carta era:

Recuerdo que al otro día salimos a comer a una plaza comercial. Y mientras estábamos sentados en una mesa, comenzaste a recitar un poema en el que decía que no debíamos sentir pena por lo efímero de la belleza: “Que al final de lo único que podría uno sentir pena era que el corazón aprendiera despacio a lo que la ágil mente contempla al momento” o algo así.  Y me pareció tan conmovedora toda esa escena; aunque seguía pensando en que todo lo que podría darse entre nosotros sería algo fugaz, pero tampoco quise mencionártelo ahí. Decidí esperar a ver a dónde se dirigía toda esta situación. Todo este desarrollo de nuestros encuentros. Anticipaba siempre el fin, pero me daba curiosidad qué más podría darse.

De pronto uno de los boxeadores estaba en la lona y comienzan con la cuenta regresiva – Los conductores del televisor sonaban coléricos o emocionados, o quizá ambas cosas, y con el grito de uno de ellos  se daba por finalizada esa pelea – Estaba programada como una de las peleas estelares de esa noche y esta, en palabras de mi padre, había valido la pena aun cuando faltaban otras tres peleas más – Mi padre enseguida se levantó del sillón y se dirigió al refrigerador para sacar otra cerveza – Me ofreció una y se la acepté – Mientras los comentaristas del televisor seguían  detallando los últimos instantes de la pelea, mi padre desde su sillón dijo: “Creo que después de todo, uno no ve venir el desmadre – Es cierto – Ni se ve, ni se oye, ni se huele venir – Así como quizá yo nunca fui un buen poeta, ni narrador, ni nada que hubiera convencido a tu madre de que lo era – Bien tenía razón ella en que lo único que pensaba cuando escribía era en tratar de soportar la vida conmigo mismo – Y que puede que funcionara por un momento, al menos cuando lograba que hiciera sentir que estaba creando de verdad una obra – Pero en realidad, en la realidad más profunda e irrefutable, yo nunca fui ni poeta, ni narrador, ni nada; por más que así lo haya querido – Tu madre era así, bonita y perspicaz  – Ella se dio cuenta de eso antes que todos – Y me lo dijo una vez en una carta que aún conservo, quizá te interesaría leerla”.

La carta continuaba:

Bueno, aunque hace mucho que no lo hacía, me tomé la libertad de escribirte esta carta. Ya sabes que yo no soy alguien directa y hablar de algunas cosas personalmente me cuesta trabajo. No soy como tú, que todo lo que vives lo demuestras con tus palabras, con una poesía o una cita literaria. Tengo que confesarte que yo llegué algo tarde a la literatura y quizá por eso había ciertas cosas que no entendía y no entiendo de aquel entonces. Pero es como todo, creo que uno no ve venir el desmadre. Y no te culpo de lo que llegues a pensar de mí ahora. No sé si algún día vayas a escribir todo lo que me cuentas o a contar todo lo que te digo.

Entonces mi padre se levanta nuevamente de su sillón y se dirige a la habitación – En mi teléfono móvil oprimo la opción de responder el mensaje y pienso en cómo contestarle a Lamat Alondra – Retomo la última conversación que tuvimos y me viene a la mente aquella tarde de lluvia mientras caminábamos hacía una parada de autobús – Esa vez íbamos sin decirnos mucho, o quizá sintiendo que la lluvia nos decía ya muchas cosas – En esto estaba, cuando me llega otro mensaje de Lamat Alondra con la pregunta que debí haberle respondido desde ese día: “Sí fueras uno, ¿qué libro te gustaría ser?” – En esto mi padre regresa con la carta en su mano.

Espero que con este mensaje quede todo dicho. Aun no sé si tendré el hijo que estoy esperando. Aún tengo tiempo de tomar la decisión de no tenerlo. Aunque si lo tuviera,  y algún día platicaras con él respecto a todo esto, seguro que tomarás la decisión de decírselo en un momento pertinente. O de la manera más literaria que encuentres; eso ya corre por tu cuenta. Hasta siempre, “Poeta”. Con una despedida desde el fondo de la mirada.

La carta estaba escrita a puño y letra y firmada con el nombre de mi madre – Después de leerla se la regresé a mi padre y le pregunté si había sabido algo más de ella desde que se había ido a Querétaro – Me dijo que de vez en cuando se comunicaban por teléfono, pero que la última vez que se vieron fue en el aeropuerto de la ciudad dónde se despidieron y que fue cuando le entregó también la carta – Enseguida mi padre hizo una expresión impelida al recuerdo, que la luz del televisor y la obscuridad de la noche parecía traer directamente a su rostro – Así que opté por preguntarle: “Sí tu tuvieras oportunidad de ser uno, ¿qué libro te gustaría ser?” – Él caviló un momento y enseguida me dijo: “Me gustaría ser uno de esos libros que se ven extraños entre el montón de libros pero que siempre, cuando llegas a tomarlo, te surge como una sensación de vacío. Pero uno vacío generador igual al que se lleva dentro de cada uno; así que, instintivamente, el libro se llevara al lector sembrando semillas de conocimiento y creación hasta el final. Un final en el que se conjugue la gloria y la fe del cuerpo del hombre con la bondad profunda del alma. Ese libro me gustaría ser.”  – Después de eso pasamos el resto de la noche viendo las otras peleas de box, que ya no tuvieron la misma emoción que tuvo la primera – Antes de irse a dormir, mi padre me dijo que quedaban algunas cervezas todavía, por si se me antojaba otra durante la noche – Lo veo dirigiéndose a su habitación tambaleando un poco de ebriedad y con la carta empuñada en su mano izquierda – Como si se tratara de un boxeador que empuña sus guantes y se dirige hasta al fondo de los vestidores después de una pelea perdida solo por puntos – Solo había una palabra  que no todos los boxeadores mencionan después de bajarse del ring y esa palabra era “Poeta” y que quizá fue la que le pegaría más fuerte a mi padre de alguna u otra forma que ni yo ni nadie podría entender – Cuando me quedé a solas apagué el televisor recogí las botellas vacías de cerveza – Antes de dormirme, le escribí a Lamat Alondra mi respuesta con un mensaje por el teléfono móvil – Para cuando se lo envié ya eran casi las dos de la mañana.
  

Ella dijo algo relevante pero no se dio cuenta.


martes, 19 de abril de 2016

Ficciones con Soundtrack 13 – La Decadanse (Escuchando Island)






 «La matiz de la decadencia
ata nuestras almas y nuestros cuerpos
más que la muerte
»
-Serge Gainsbourg

“Primero que nada, debo decir que ya estoy viejo. Que nunca supe vivir rápido, ni morir lento. Ciego es el tiempo para mí.”
***
Amor, ¿acaso no era esta la época del año en la que los árboles llamados primavera echan flores de color rosa? –pregunta Dannai Varos mientras pasa caminando de la mano de su pareja– Hoy se ven muy secas y aun así sus ramas parece que no dejan de tener cierta cadencia natural.
***
Después de colgar la llamada, pienso de nuevo en lo que Stephanie me dijo poco después de presentarle a Dannai: “Todo es sugestivo, pero es mejor que no enloquezcas, cada hombre es una puerta a la locura misma. O hasta un ascensor a los infiernos. Más cuando se trata de deseos apasionados. Ahí quizá solo fuera que nuestros estados de rebeldía quieran decirnos algo más”. 
***

“He visto levantarse y derrumbarse olimpos que se manifiestan en medio de las urbes. He visto las ciudades del futuro roídas y utopías bailando encerradas en círculos construidos por los mismos hombres que buscan de forma zigzagueante la inmortalidad prometida. Pero, y sin saber de qué manera sucedió eso, en la misma tierra hay hombres que ya no se sienten temor a los dioses, ni a la muerte y la galopante soledad es ahora su más sólida y condensada fibra de vida. Para el hombre, el acto de pensar en sí mismo es lo primero que marcará su camino. Ciego es el tiempo. Callado el destino.”
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…¿Y si la hubiera… si hubiera esa danza nacida de la tempestad que te convirtiera por dentro en trascendente o que, por lo menos, tu salto a la otra frontera fuera un proceso que se convirtiera en una regresión melódica que fuera placentera y eficaz para hacerte sentir lo suficientemente libre? -¿Me lo preguntas a mí, Stephanie?- le contesto -¿No fuiste tú la que alguna vez me dijo que todo es sugestivo y que es mejor que ninguno enloqueciera? Dejemos de lado lo que te dicen los fantasmas y dime, ¿Qué  me cuentas de Dannai? –Nada, le gusta leer mucho y escuchar música nada más. Mañana vamos a ir al parque a ver los árboles primavera.
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