martes, 25 de agosto de 2015

La eternidad bastará



Tres palabras, como lunares.

Escoger una oración para nombrar el triángulo que forman 
esos tres puntos en tu brazo. 
Una oración que pueda encerrar un mundo.
Cuando nosotros no estemos más para saberlo,
la eternidad bastará.  
Lo mejor es lo que pasa, dice ella.
Mientras sigo leyendo la historia

que cuentan los pliegues de su piel.



miércoles, 12 de agosto de 2015

Aleteos... en un silencio





En un silencio pueden integrarse esas cosas,
entre dos miradas es más intenso.
“¿Te vas a quedar ahí, sin decirme nada?”
me decía la chica mientras se ponía de nuevo su bra y su blusa.
Afuera ya comenzaba a anochecer.
Ese domingo habíamos quedado para ver una película en su casa;
una donde salía Charlotte Gainsbourg.
En la casa estaba la madre de la chica.
Una mujer de voz fuerte y simpática;
de perfume dulzón y ojos serios.
Y que hablaba de hacer un viaje en las próximas vacaciones
con otra señora que estaba de visita; igual que yo.
La chica hizo un movimiento con su mano;
avisándome que subiera a su cuarto.
Nos metimos en la cama sin poner película alguna.
Lo único que estaba puesto era un disco de música
que a los cuarenta minutos se acabó y empezó de nuevo,
automáticamente, tras un breve silencio.
En un silencio pueden integrarse esas cosas,
los orgullos vienen después.
Enseguida observé por la ventana una parvada de aves alejándose.
Afuera ya comenzaba a anochecer.
Los domingos, por la noche, la madre de la chica salía con otras señoras
a una plaza cercana dónde daban recreación familiar y vendían cena.
Al regresar a casa encendía el televisor de la sala
y lo dejaba en un programa de entretenimiento,
hasta dejar que le entrara el sueño.
La chica y yo seguíamos en el cuarto;
y entonces ella comenzó a explicarme que hay noches
en que su cuerpo se empieza a llenar de aleteos.
Pero aleteos que comienzan dentro de sí misma
y terminan por invadirla toda.
Dijo que en esos aleteos cabe la felicidad, el sufrimiento,
la razón, la enfermedad, la nostalgia, la estupidez y los vicios.
No supe bien que responderle.
Así que me levanté y abrí la puerta;
al asomarme noté que ahora estábamos solos en la casa.
“¿Te vas a quedar ahí, sin decirme nada?”
me decía la chica mientras se ponía de nuevo el bra y la blusa.
El disco de la grabadora iniciaba por sexta vez.
Comenzaba con una canción de Chris Isaak.
De pronto, al voltear a ver el cuerpo de la chica,
sentí un ligero aleteo dentro de mí.
Un aleteo frío y ligero que me recorrió por el pulmón,
el corazón, el hígado, el riñón y hasta mi bazo.
Como si fueran una especie de lepidópteros
mientras la armonía de mi cuerpo respiraba
al ritmo de una bestia naciente.
“¿Cómo medirías ese aleteo comparado con lo que a veces digo?”
“¿Cómo se arroja un placer a discreción, a lo más profundo, sin morir de aburrimiento?”
A pesar de la música, yo sentí, en  ese momento,
que nos sumíamos cada vez más en un acompasado silencio.
Y que volvía a dejarnos sin instintos,
no sé cuántas veces más.
Observando por su ventana una parvada de aves alejándose.
Pero todo en silencio.
El sonido parecía haberse ido con aquellos aleteos lejanos
generando solo nuestra presencia.
No importaba si en la sala de la casa el televisor se encendía;
y una madre de ojos serios se sentaba frente a este,
hasta quedar cabeceando de sueño.
“¿Te vas a quedar ahí, sin decirme nada?”
Y yo le dije que en un silencio pueden integrarse, mucho mejor, estas cosas.